Emigrar

Y en cada abrazo se queda un pedazo de uno...del alma, del corazón, de certezas de lo vivido, de la incertidumbre si esa será la última mirada, o si escucharemos el sonido de esa voz amiga mientras con una  sonrisa  y los ojos aguados por las ganas de llorar nos despedimos de los amigos cuando se van o cuando  dejamos la ciudad y el país para comenzar de nuevo.
Ahora comprendo cuando alguien se va sin despedirse, sin deshacer la casa. Sin pensarlo mucho se va con sus 25 kilos de equipaje y la ilusión de ver salir el sol en otro lado.
Después poco a poco con el tiempo nos vamos integrando a nuestra  nueva realidad. Cada inmigrante tiene que caminar lento o rápido pero seguir adelante, construyendo, descubriendo, echando raíces, recordando, tejiendo nuevas relaciones, cambiando de oficio, de idioma, de alfabeto, de sabores, de clima, adaptándose sin olvidar pero ya sin tanta nostalgia y pesadumbre su tierra natal. Hasta que un día emergemos como esta flor hermosísima de dos colores. Se juntan las dos realidades y somos más fuertes, más humanos y comprendemos que el mundo es ancho y que hay muchas maneras de vivir.
Y así es la vida: misteriosa, impredecible, cambiante y nosotros nos movemos buscando siempre esa linea de horizonte donde la vida se parece a la que queremos y soñamos.