Mi relación con el gran Orinoco y la etnia warao comenzó hace décadas cuando estudié su idioma y  su literatura en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Mi profesor fue el antropólogo y lingüista Esteban Emilio Monsonyi, quién nos introdujo en el idioma y la visión de mundo reflejada en la literatura oral de los waraos. Ya se había cerrado el Caño Manamo y los waraos sufrían los cambios ecológicos que afectaron su hábitat.
San Francisco de Guayo con ojos de turista
Años más tarde viajé a San Francisco de Guayo con  mi amiga fotógrafa francesa, su esposo y varios franceses. Salimos de Caracas  y llegamos a Ciudad Bolívar, un grupo en avión y otros por tierra para seguir en un transporte privado hasta Piacoa donde nos esperaba el dueño (también francés) de la posada Tobe Lodge, con dos lanchas para ir a Guayo. El Orinoco majestuoso nos recibió amablemente, comenzamos a navegar por esas aguas inmensas,  nos bajamos en Isla Guasina, caminamos sobre su arena sonora y llena de libélulas. (Esta isla albergó un campo de concentración y un centro penitenciario). Pasamos por Santa Catalina, el aire se llenó del aroma de las flores blancas del árbol Sinfonía y comenzó una lluvia torrencial que retrasó el ritmo de la lancha y tardamos seis horas en llegar a Guayo. Nos esperaba la esposa con una exquisita cena.
La posada construida como todas las casas (janokos) de los waraos sobre pilotes de madera en aguas del Orinoco tenía pequeñas habitaciones con bañeras en el cuarto de baño.  
Fue un viaje ecológico, de reconocimiento de la fauna, la flora, de acercamiento a la vida cotidiana de los waraos. Nos llevaban  en pequeñas curiaras(canoas) construidas con troncos de árbol y cuando las distancias eran más largas, en la lancha de motor fuera de borda.

Un día nos adentramos en la selva húmeda. Nos calzamos unas botas fuertes y altas de caucho para andar entre manglares y pantanos. Vimos arañas y otros insectos enormes, oímos aullar a los monos araguatos y el parloteo de las guacharacas de agua. Los warao nos fueron mostrando sus árboles sagrados, de donde han obtenido su sustento por miles de años. Cortaron una palma de manaca de donde se extrae el palmito. Para un kilo de palmito se necesitan 4 palmas grandes de 4 a 9 años de edad. Sólo se utiliza el corazón del tallo. Cortaron hojas de una palma de temiche para reparar el techo de la posada y conocimos la palma de moriche, el gran tesoro de los waraos. De la palma de moriche utilizan sus hojas para hacer fibra vegetal con la que tejen a mano sus chinchorros o hamacas y su hermosa cestería, extraen una fécula para hacer bebidas y harinas. Cuando el moriche se pudre nacen unos enormes gusanos gordos y se los comen asados. Aprendimos de yerbas y usos medicinales como el del mapurite para curar el cáncer y nos cortaron un fruto de la palma de temiche  y bebimos su líquido cuando nos dio sed. 

En otra oportunidad fuimos a pescar pirañas en los pequeños caños remando las curiaras, por supuesto de ayudantes de los waraos que tienen un sentido de orientación ancestral que los guía por esa inmensidad de caños y manglares.
Cada día fue una aventura inolvidable. En los amaneceres nos sorprendían los enormes arcoíris. En las tardes llegábamos hasta los manglares donde dormían miles de arrendajos en los árboles. De lejos parecían flores amarillas y al acercarnos con el motor de la lancha apagado para no alterar su paz, vimos los arrendajos acomodándose en las ramas de los árboles para pasar la noche. También buscábamos los dormitorios de los ibis rojos, o esperábamos por largo rato el cambio de las corrientes del río para llegar hasta los janokos para ver a las mujeres waraos haciendo sus chinchorros, tejiendo las cestas, enseñando a sus hijas el arte del tejido, cocinando en los fogones el ocumo y el pescado del rio.  En las noches, llegaban a la posada las mujeres y los niños waraos con su danzas y cestería para vender. El último día nos llevaron a la Isla Barril, ahí frente al océano Atlántico. Pasamos las  horas, atónitos y asombrados, con la sensación de estar en el comienzo del mundo, en territorio virgen y sagrado. Sentimos que somos parte de la naturaleza perfecta, armónica y agradecidos por el privilegio de estar en territorio warao, de haber compartido con este pueblo indígena tan sabio que ha conservado su hábitat a través de los siglos y los siglos.

Diez años después
Volví diez años después y los cambios son evidentes. El francés cerró su posada Tobe Lodge  aunque aún vive en Guayo aprontando su partida. Su esposa se fue Francia a cuidar de su mamá. Los turistas han mermado y han llegado los equipos de trabajo de Instituciones públicas y privadas  que trabajan en salud, educación, alimentación, recursos naturales como el gas y biodiversidad.
Hay más lanchas de motor a lo largo del río, pero el combustible sigue siendo costoso y escaso. Los warao han abandonado sus vestimentas y el torso desnudo (los hombres), se han cubierto con ropas occidentales. Cuentan que cuando empezaron a recibir ropa regalada  comenzaron a sufrir enfermedades de la piel, especialmente los niños,  pues pasaban días y días con la misma franela y pantalón. 

Con la luz eléctrica llegaron los instrumentos que les facilita la vida como sierras para el corte de los árboles y la madera, las neveras pero también los aparatos de música a todo volumen. 

La educación intercultural bilingüe lleva a los niños desde muy pequeños a la escuela. Antes permanecían al lado de sus padres todo el día aprendiendo sus labores de tejido y cocina, las niñas y los varones la pesca y las labores de siembra. Ya no tiñen de colores naturales los hilos con que matizan cestas y chinchorros y los están sustituyendo por fibras de colores más resistentes pero sintéticas. Perdura eso sí el tejido con fibras extraídas de la palma de moriche. Se han introducido nuevos “alimentos”, chucherías, bebidas gaseosas, cerveza y aguardiente. Esta vez vi los lugares donde se asienta la población que ha migrado a los centros urbanos. Centros de pobreza y desarraigo.
Por otra parte conocí los hospitales bien dotados de Barrio Adentro y a los médicos venezolanos que allí trabajan comprometidos con su misión de curar y prevenir las enfermedades de la población warao. Hay lanchas para transporte público, escolar y ambulancias.

Energía Solar:

En la posada Maraisa de Guayo se instalaron paneles solares  en cada habitación que ofrecen energía suficiente para prender los bombillos, cargar las baterías de celulares y computadores o utilizar una radio.  Fue un proyecto patrocinado por la empresa francesa TOTAL  que trabajó junto a las comunidades waraos para desarrollar este sistema de energía solar. Los waraos fueron consultados, les explicaron qué es y cómo funciona la energía solar. Las comunidades que aceptaron participar fueron entrenadas en la parte práctica del montaje y mantenimiento de los paneles solares, convertidores y de todo el sistema fotovoltaico. Desde hace cinco años se han incrementado los grupos poblacionales waraos que cuentan con este sistema de energía ecológica.
El rio Orinoco sigue fluyendo hacia el Atlántico, la etnia warao y los jotaraos que habitan sus orillas y los que de vez en vamos sabemos que según Heráclito “nunca nos bañamos dos veces en el mismo rio, porque el rio no es el mismo y nosotros tampoco”

El río Orinoco después de recorrer  más de 2100  kilómetros, desde su nacimiento en la serranía Parima al sur del Estado Amazonas en Venezuela, desemboca en el Océano Atlántico en un delta que tiene una superficie de 41.000  kilometros cuadrados.
Esta gran extensión está formada por islas y 300 caños en cuyas orillas viven los waraos(hombres de canoa). Son los habitantes más antiguos de Venezuela. (Algunos antropólogos hablan de 8 a 9 mil años.)