En Bogotá amamos: el pasto, la grama, el prado, los árboles, las flores, los parques y un buen día de sol. La temperatura promedio es de 18 grados centígrados, frío de montaña especialmente en el amanecer y en la noche. Cuando comienza a soplar el viento y empuja  las nubes cargadas de agua, nosotros sabemos con certeza que va a llover por el olor. Sí, olor a lluvia.


 Un día estaba en ciudad de México trabajando y sentí el olor a lluvia. Me regresé a la oficina por el paraguas y les dije que iba a llover. A los diez minutos cayó un aguacero memorable que sirvió para que mis compañeros me bautizaran  como pitonisa. Les expliqué que no era un don adivinatorio, que ese conocimiento venía en los genes de los bogotanos y lo perfeccionamos a lo largo de la vida. Además somos muy sensibles al olor a tierra mojada. Tenemos una relación cercana con el planeta. En los días soleados nos sentamos o nos acostamos sobre el pasto a ver pasar las nubes. También nos colocamos boca abajo a conversar y mordisquear la base de los tallitos del pasto tierno. Así aprendemos a olisquear la tierra y a sentirla con las manos. Los niños dan vueltas sobre la grama, los obreros duermen la siesta al mediodía en los parques o juegan al fútbol y los fines de semana y festivos, los parques se llenan de familias en los días soleados, pero cuando llueve Bogotá huele a hierba mojada.