Los arcoiris pueden ser bautizados como los huracanes. Este se llama Ricardo como mi hermano que falleció este año a finales de Enero. Su deseo fue que sus cenizas fueran esparcidas por la montaña que tanto amó. Así lo hicieron un día su esposa, sus hijos, mi hermana y mi cuñado  en una montaña cerca de Bogotá donde él había nacido y vivido.
Nos volvimos a reunir los hermanos en este Junio para el festejo de los 15 años de su hija Angelita. La fiesta fue muy linda entre hermanos, tíos, primos y compañeritos del colegio de mi sobrina. Al día siguiente Juan Daniel de 18 años, el hijo mayor de Ricardo,  nos llamó pidiendo compañía para volar en parapente. Sí íbamos con él, su mamá, le permitía volar  así que tios y primos armanos el paseo para acompañarlos. Salimos de Bogotá, llegamos a Sopó y ahí dejamos los carros en la plaza del pueblo. Tomamos taxis que nos subieron por una escarpada vía hasta la montaña donde se reúnen los parapenteros. La vista era impresionante desde el cerro Pionono: el embalse de Tominé, la cordillera andina, el pueblo de Guatavita, el cielo enorme, el viento frío y una hermosa sensación de ser parte de esa tierra sagrada de nuestros antepasados chibchas.






Llegaban deportistas de todas las edades con sus equipos y se lanzaban a los vientos. Para los que quieran volar se alquilan los parapentes por supuesto con un guía instructor quién es el que realmente maneja las cuerdas y lleva a su pasajero por los aires. Había muchas personas en turno por delante de mi sobrino. Pasaban las horas y el frío comenzó a sentirse con gran intensidad. Nos resguardamos en el mirador, tomamos agua de panela caliente con queso, volvimos al borde la montaña a ver los vuelos y decidimos apretujarnos como los pinguinos y realmente funcionó. Todos junticos entramos en calor, éramos como 12 personas y en ese instante vimos aparecer ese arcoiris maravilloso sobre Guatavita la Nueva.  
        



Duró casi una hora, con sus colores fuertes allá frente a la montaña donde estábamos acompañando a mi sobrino, recordando la promesa que le hicimos a mi hermano, de cuidar a sus hijos. 
 El nos agradeció desde el cielo, sus cenizas se juntaron con las nubes y el sol y también estuvo junto a nosotros en forma de arcoiris mientras duró la luz del día. 
Juan Daniel fue el último en volar casi de noche, bajamos  felices de estar juntos, celebrando la vida y la inmensa gratitud por haber disfrutado tantos años al hermano querido que nos enseño entre muchas cosas a amar la montaña.