Un amigo celebró sus 50 años con una fiesta sentida, alegre y generosa en Coro, ciudad donde reside hace muchos años. Llegó recién graduado de bachiller desde los llanos de Barinas para estudiar en la Universidad, se enamoró, se casó, tuvo sus primeros tres hijos y la vida siguió hasta que los cincuenta lo recibieron con el cabello blanco y con muchos sueños cumplidos. Así que, agradeciendo a la vida que la ha dado tanto, convidó a las personas con especial significado en su medio siglo de existencia como: su numerosa familia, sus amigos de la infancia, de la adolescencia, de sus primeros trabajos, los compañeros de su vida pública, su esposa, sus hijos, el amigo y compadre de su padre fallecido, sus guías espirituales y religiosos para celebrar. Fuimos llegando de diversas ciudades y pueblos de Venezuela y el amigo de su padre ofreció preparar una sopa, hervido o sancocho de gallina para el día después del jolgorio.

La búsqueda de la gallinas

La sopa de gallina acomodaría los cuerpos y las almas y nos daría ánimos para el regreso a casa. Pero eso sí, tenía que ser con gallinas criollas y con todas las " verduras" y montes como en los llanos. Esa mañana nos fuimos a buscar a las gallinitas en camioneta rumbo a la sierra.


Vista de embalse de El Isiro
 Dejamos atrás a Coro con su sol picante, pasamos la represa de El Isirio y comenzamos a subir vía Curimagua y nos adentramos en el Parque  Nacional Juan Crisóstomo Falcón. La vegetación cambio, nos lavamos la cara en un chorro de agua fría que bajaba de la montaña, el aire se perfumó de olores verdes y al rato llegamos a la casa  donde conseguiríamos las gallinas,  pero no hubo venta. A la orilla del camino se pueden ver casas sencillas, algunas de bahareque, unas muy coloridas y otras con el color de la arcilla, pero saliendo un poco por los caminos pudimos observar unas casas hermosas, grandes, de jardines cuidados y con vías pavimentadas hasta el portón principal. Pertenecen a las familias adineradas del Estado Falcón que han descubierto el buen clima y la tranquilidad de estas montañas y las habitan los fines de semana y en las vacaciones.
Los ancianos de la sierra de Coro
 Había un lugareño entre el grupo y nos llevó a varios sitios a buscar gallinitas y entramos en varias casas habitadas de ancianas afables unas, toscas y hurañas otras, pero  activas con los fogones prendidos, cuidando a los animales, cultivando sus huertos y flores, negociando los huevos, con los nietos revoloteando traviesos y con una lucidez y energía admirables para sus ochenta o noventa años. 






Al fin conseguimos las gallinas, los hombres eligieron esas, las blancas de patas gordas y la anciana las llevó engañadas con maíz hasta el gallinero y allí  se oyó un cacaraqueo y un aleteo feroz  hasta que  salieron amarradas de las patas(las gallinas) y bueno...así hay que hacer: matar a la gallina para hacer la sopa.




Fuimos a otro lugar, necesitábamos dos gallinas más, las conseguimos y otra anciana con su machete nos cortó culantro, cilantro y cebollín del huerto. Nos llegamos hasta una casita en una loma a buscar un señor que bajaría con nosotros a Coro. Lo encontramos arregladito: la camisa y el pantalón impecables, limpios y planchados y con su sombrero de paño puesto. Su casa muy prolija con los elementos de labranza colocados en orden y nos mostró sus sembradíos: café, plátanos, auyamas, tomates entre lomas y una quebrada de agua mansa. 


El dueño de La Cachipola
 Por el camino de regreso nos fue contando de su vida, nació ahí en San Diego y en la época de Juan Vicente Gómez acompañaba a su papá a llevar los burros cargados de racimos de plátanos y verduras al mercado en Coro. Recordaba todo lo que se compraba con un real, una locha, un medio, un bolívar y del mercado completo para varias semanas con 10 bolívares. A los 14 años ya bajaba con su hermano, vendían la carga, hacían compras y regresaban a la sierra, pasó muchas noches caminando y solo una noche sintió miedo por unos cochinos enormes que salieron del monte. Se hizo adulto, comenzaron a asfaltar la carretera y se compró una camioneta: "La Cachipola" que subía y bajaba transportando mercancía y a las personas de la zona. A veces el camino tenía pedazos de terracería y las lluvias la volvían muy peligrosa. En los años  60 llegaron los guerrilleros y todo el mundo andaba armado por esos montes.
Le preguntamos por las ancianas que habíamos conocido y nos contó sus historias. De una de ellas recordaba lo hermosa que era: alta, rubia, elegante y pretenciosa. Nos miramos en silencio, la acabamos de ver: viejita, de mal humor, sin dientes, despeinada y no podíamos visualizarla como lo hacía el dueño de "La Cachipola" . El anciano nos envolvió con sus relatos, sus historias hasta que comprendimos que ese es el secreto y la fuerza de la eterna  juventud. La virtud de no olvidar, de recordar entre los estragos del cuerpo y del tiempo, el brillo de unos ojos, el movimiento de unas caderas, el sabor del café recién colado y de seguir con la vida con las manos laboriosas y la felicidad de ver cada amanecer. Llegamos a Coro con el alma alegre listos para la noche de celebración.
Hervido de gallinas felices
Bueno,  la fiesta fue espléndida y duró hasta el amanecer. Al levantarnos para emprender el viaje de regreso a nuestros hogares, el compadre que había prometido hacer la sopa, también un hombre de la tercera edad, alegre y dicharachero tenía ya  listo el hervido con las gallinas que fueron felices correteado detrás de su gallo hermoso y altanero, alimentadas con maíz, ponedoras de huevos grandes, de yemas coloradas y criadoras de innumerables pollitos. Partimos por carretera de vuelta con ese bienestar del compartir, del buen momento, del baile, de las risas, de las historias de la sierra y del sabor que tiene un hervido de gallinas felices que seguramente está entre los secretos de la eterna juventud de estos ancianos de piernas fuertes y manos laboriosas.
El famoso chef venezolano, Sumito Estévez, nos ofrece una suculenta receta de sancocho de gallina, http://sumitoestevez.ning.com/profiles/blogs/367-si-quiere-hacer-usted-un-sancocho