Antes de entrar: el papelito de la suerte
La entrada del Palacio Topkapi


El palacio de Topkapi está ubicado europea de Estambul, en un cabo del Cuerno de Oro donde el Bósforo confluye en el mar de Mármara. Protegiendo al Topkapi se ven las murallas de piedra.
Hay que disfrutar de este enorme conjunto de edificios y parques que fue la casa de los sultanes y sede del gobierno. Alquilamos un sistema de audio que nos permitía escuchar información en español durarnte el recorrido. El sultán, su harem, su corte, sus sirvientes, esclavos, militares, médicos, profesores, alumnos convivían en estos espacios bellos y apacibles ahora, no sabemos que tanto en tiempos del Imperio Otomano.
Los edificios están separados por patios y en uno de ellos solamente el sultán podía atravesarlo a caballo. Ahora los turistas variopintas caminan a sus anchas por todas partes. En las salas hay exhibiciones de los ropajes de los sultanes y los príncipes y princesas, de los tronos, joyas, armas, la más famosa la daga de oro con incrustaciones de piedras preciosas. La luz resulta insuficiente y tienes que acercarte a las vitrinas para observar los detalles. Hay objetos inolvidables como los tronos sólidos de oro con incrustaciones de cientos de piedras preciosas, o elaborados en jade regalos de gobernantes de la India al Sultán. Hay una cunita de oro, llena  de piedras preciosas donde se meció algún príncipe, recipientes de metal, una muestra de porcelana utilizada en el palacio, tocados de hombres y mujeres. Las reliquias del profeta del islam están en una de las salas, traidas por los turcos cuando conquistaron a Egipto y uno de los primeros coranes escritos a mano y las llaves de la Kaaba. En este lugar se oyen los versos del corán y pudimos observar al imán mientras leía. Sin entender nada del árabe o del turco uno sabe que es una plegaria y se camina con profundo respeto hacia los devotos del islam.
Hay miradores con cúpulas doradas pequeñas para protegerse del sol y la lluvia, hay otros miradores más amplios con arcadas de finas columnas de mármol y barandas trabajadas desde donde se divisa el mar, y el Estambul moderno de altos edificios. 

Hay dos restaurantes con terrazas amplias con vista al Bósforo, a las murallas y a los cientos de barcos que cruzan llevando cargas enormes, tanque petroleros, pequeños barcos llenos de turistas y de estambulíes que van de la orilla europea a la asiática constantemente.

El Harem
Nos detuvimos mucho en los jardines observando esa cosas que no están en las guías pero que tienen pequeñas inscripciones como un trono de piedra donde se sentaba el sultán a ver las competencias deportivas, las puertas que señalan el lugar de los médicos que atendían al sultán, los árboles frondosos cargados de membrillos maduros y jugosos devorados por unos pájaros robustos y oscuros, las fuentes de agua con sus llaves bellísimas que aún funcionan y que sirven para que las personas se laven las manos, y el rostro y cuando nos dimos cuenta era la hora de cerrar y nos habíamos perdido la visita al harem. Lo mejor es la visita con guía en mano, conociendo algo de la historia para imaginar al sultán en su caballo en el patio mientras diez mil personas en profundo silencio le veían pasar. O entrar a las cocinas donde se preparaban comidas para cinco mil personas, imaginar a los mercaderes descargando berenjenas, pimentones, cebollas, carnes,aves vivas, especies, miel, dátiles, pistachos, hábiles reposteros, cocineros, carniceros y ayudantes en la faena diaria de alimentar a tantas almas y a las bellas mujeres del harem estudiando música, poesia, danza en una organización propia con una jerarquía y normas estrictas que duraron más de seiscientos años. Como me perdí el harem he leido de todo sobre este misterioso lugar muy diferente según los relatos de occidentales y turcas, al mito de Hollywood. Al fin supe del porque de tantas esposas y concubinas para el sultán. Según las leyes otomanas, la sucesión al trono sólo era a través de los hijos varones, así que no se podía dejar librado a la suerte la sucesión. El sultán tenía que tener hijos varones y varias esposas era una garantía de ello. El sucesor era el primer varón y seguían por estricto orden de nacimiento en la sucesión al trono. La mortalidad infantil de la familia imperial otomana era altísima. Morían los príncipes dentro del harem de misteriosas enfermedades, algunas veces el tifus o tuberculosis o bajo las intrigas de alguna rival madre de otro príncipe. Algunos sultanes al llegar al trono mandaban a matar a todos sus hermanos.
 Las esposas eran elegidas dentro de las mujeres del harem, algunas de ellas esclavas que eran educadas por maestras. Cada esposa tenía sus aposentos, sirvientes y eunucos. La mujer con más jerarquía era la madre del sultán, seguidas por las esposas, hijas, concubinas aunque las maestras también poseían cargos muy importantes en esta sociedad organizada de mujeres. Salían del harem a los patrios, a visitar a sus primas a otros palacios, al Gran Bazar y a los rezos de los viernes en la mezquita con la túnica y los eunucos que les cuidaban los pasos.
Vista desde el Topkapi: el Bosforo confluye en el Mar de Mármara
Jardines internos
miradores
Saliendo de Topkapi