Aterrizamos en Estambul y nos recibió un sol espléndido de un mediodía de comienzos de octubre. Cambianos dolares por liras turcas en el aeropuerto y tomamos un autobus hasta la Plaza Taskim. Cansadas del viaje y analfabetas del turco tomamos un taxi de Taskim hasta el hotel, estábamos bien cerquita pero ni modo. Se escribe fácil pero eso de llegar al otro lado del mundo, sin conocer el idioma, el alfabeto ni tener idea de la ruta a seguir, montarse en un autobus, caminar, ir con los ojos bien abiertos mapa en mano e ir descubriendo el territorio sin guia, ni excursión, así a tu aire, guiandote por tus sentidos es emocionante.


La Plaza Taskim es un lugar estratégico, hay terminales de autobuses urbanos, interurbanos, acceso al metro, y queda bien cerquita de la calle Istiklal (İstiklâl Caddesi) la equivalante de la Quinta Avenida de Nueva York, la Séptima en Bogotá o Sabanagrande en sus buenos tiempos en Caracas. Es un bulevard con tiendas, restaurantes, cines, pastelerías, centros de estudios de idiomas, bancos, casas de cambio, mezquitas, iglesia católica, vendedores ambulantes y mucha mucha gente caminando, desfilando o protestanto.
El hotel, igualito a las fotos de Internet, nada de trucos. La bienvenida con un vasito de té de manzana que nos entró en el cuerpo y en el alma para siempre. Comenzamos a disfrutar de la hospitalidad del pueblo turco, en un inglés perfecto recibimos indicaciones exactas a todo lo que preguntamos. El hotel construído en los edificios típicos de Estambul, bien angostos y varios pisos tenía adaptado el ascensor más pequeño del mundo para subir las maletas o a dos personas hasta los pisos altos(siete pisos).
Dormimos un rato con el ruido de la calle entrando por la ventana y nos despertó el hambre y el llamando a rezar del almuédano, almuecín o muecín desde las mezquitas cercanas. Una experiencia que te conmueve y te acompaña mientras estés en territorio del islam. Esa alma universal que nos une, sabe que es un llamado a orar a refugiarse unos minutos en el espiritu y en el misterio.
Atravesamos las calles de los restaurantes de pescados y mariscos que ofrecen una gran variedad de productos frescos y nos decidimos por un pequeño restaurant en Istiklal. Pedimos la carta y elegimos por la foto un gran plato mixto.Craso error, nos trajeron algo parecido con papas fritas y nosotras fanáticas de la cocina árabe, lo rechazamos cordialmente. Queríamos uno igual al de la foto de la carta, nos explicaron que algunos platos se habían agotado y desde ese día decidimos comer en los sitios donde se ve la comida en las vidrieras. Comiamos con los ojos, elegíamos a dedo, probabamos de todo, compramos frutas de estación en la calle como higos, cerezas, granadinas, dulces chorreantes de miel a los vendedores ambulantes o en las grandes pastelerías de siete pisos, pan en las pequeñas panaderías, semillas, nueces, dátiles, almendras, pistachos en casi cualquier lugar y tomamos té todo el tiempo. La comida turca es igual a la árabe, (según nosotros los infieles, cristianos y occidentales) deliciosa, gustosa, abundante, natural, variada y los dulces son bien dulces.
Así iniciamos el recorrido por Estambul, ciudad de más o menos once millones de almas incluyendo el área metropolitana, en la calle İstiklâl que en un fin de semana recibe a millones, así como se escribe, de personas entre turistas extranjeros, nacionales y habitantes estambulíes.