norte
Turquía
El harem otomano y el harem muisca
31/1/10
Los sultanes en el Imperio otomano eran dueños absolutos del poder civil y religioso. Reinaban sin reina pero con un harem donde estaban recluidas, la madre del sultán o sultana, las hermanas, esposas, concubinas y esclavas custodiadas por esclavos negros eunucos. La madre de sultán era la sultana y su poder era enorme. La sucesión era complicada pues los sultanes tenían hijos con diferentes esposas y concubinas. Los príncipes reales crecían dentro del harem y las paredes del palacio amparados por sus madres para protegerlos de las intrigas y muertes muy corrientes en el sultanato para eliminar a los posibles herederos rivales. A la muerte de un sultán, muchas veces el heredero mandaba a matar a todos sus hermanos y primos anticipándose a una traición.
En esa primera centuria del Imperio Otomano, los españoles y portugueses llegaban a América y gracias a los cronistas de Indias que escribieron acerca de los usos y costumbres del nuevo mundo, nos hemos enterado que los Muiscas, habitantes de Cundinamarca y Boyacá tenían también su harem.
Se calculaba que la población muisca era muy numerosa. Los pueblos estaban gobernados por un Jeque y también había indios importantes. Tomaban por esposas a las mujeres de otros poblados para evitar el incesto y cuando sus esposos morían las viudas retornaban a sus sitios de nacimiento. Cada hombre podía tener varias esposas que cohabitaban en paz y el Jeque tenía hasta cien esposas. El vivía en una casa, cabaña o bohío y ellas, las esposas, en otra.
Dicen los cronistas de Indias que la convivencia entre esposas era armoniosa y cuando el Jeque quería compañía de alguna de ellas, sencillamente la llevaba a su casa un rato y luego la devolvía con las otras esposas. La heredad muisca de tierras y jefatura se hacía a los sobrinos, hijos de la hermana del Jeque. De esta manera se aseguraba que la sangre que corría por las venas del heredero era la misma del jeque fallecido. No confiaban mucho en la fidelidad de las esposas del Jeque y por eso era que ellas vivían con tanta armonía. Ninguno de sus hijos iba a heredar las tierras o el poder del Jeque, así que disfrutaban de su distinguida posición de esposas sin preocuparse de colocar a sus hijos en el trono o silla del poder.
Dos culturas completamente diferentes en dos mundos desconocidos entre ellos tenían costumbres parecidas en los mismos años. ¿Estaremos ante un campo mórfico? El harem muisca y el harem otomano, dos maneras de vivir, de gobernar y de asegurar la sucesión del poder en la familia.
Estambul
Turquía
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El primer día en Estambul
27/1/10
Aterrizamos en Estambul y nos recibió un sol espléndido de un mediodía de comienzos de octubre. Cambianos dolares por liras turcas en el aeropuerto y tomamos un autobus hasta la Plaza Taskim. Cansadas del viaje y analfabetas del turco tomamos un taxi de Taskim hasta el hotel, estábamos bien cerquita pero ni modo. Se escribe fácil pero eso de llegar al otro lado del mundo, sin conocer el idioma, el alfabeto ni tener idea de la ruta a seguir, montarse en un autobus, caminar, ir con los ojos bien abiertos mapa en mano e ir descubriendo el territorio sin guia, ni excursión, así a tu aire, guiandote por tus sentidos es emocionante.
La Plaza Taskim es un lugar estratégico, hay terminales de autobuses urbanos, interurbanos, acceso al metro, y queda bien cerquita de la calle Istiklal (İstiklâl Caddesi) la equivalante de la Quinta Avenida de Nueva York, la Séptima en Bogotá o Sabanagrande en sus buenos tiempos en Caracas. Es un bulevard con tiendas, restaurantes, cines, pastelerías, centros de estudios de idiomas, bancos, casas de cambio, mezquitas, iglesia católica, vendedores ambulantes y mucha mucha gente caminando, desfilando o protestanto.
El hotel, igualito a las fotos de Internet, nada de trucos. La bienvenida con un vasito de té de manzana que nos entró en el cuerpo y en el alma para siempre. Comenzamos a disfrutar de la hospitalidad del pueblo turco, en un inglés perfecto recibimos indicaciones exactas a todo lo que preguntamos. El hotel construído en los edificios típicos de Estambul, bien angostos y varios pisos tenía adaptado el ascensor más pequeño del mundo para subir las maletas o a dos personas hasta los pisos altos(siete pisos).
Dormimos un rato con el ruido de la calle entrando por la ventana y nos despertó el hambre y el llamando a rezar del almuédano, almuecín o muecín desde las mezquitas cercanas. Una experiencia que te conmueve y te acompaña mientras estés en territorio del islam. Esa alma universal que nos une, sabe que es un llamado a orar a refugiarse unos minutos en el espiritu y en el misterio.
Atravesamos las calles de los restaurantes de pescados y mariscos que ofrecen una gran variedad de productos frescos y nos decidimos por un pequeño restaurant en Istiklal. Pedimos la carta y elegimos por la foto un gran plato mixto.Craso error, nos trajeron algo parecido con papas fritas y nosotras fanáticas de la cocina árabe, lo rechazamos cordialmente. Queríamos uno igual al de la foto de la carta, nos explicaron que algunos platos se habían agotado y desde ese día decidimos comer en los sitios donde se ve la comida en las vidrieras. Comiamos con los ojos, elegíamos a dedo, probabamos de todo, compramos frutas de estación en la calle como higos, cerezas, granadinas, dulces chorreantes de miel a los vendedores ambulantes o en las grandes pastelerías de siete pisos, pan en las pequeñas panaderías, semillas, nueces, dátiles, almendras, pistachos en casi cualquier lugar y tomamos té todo el tiempo. La comida turca es igual a la árabe, (según nosotros los infieles, cristianos y occidentales) deliciosa, gustosa, abundante, natural, variada y los dulces son bien dulces.
Así iniciamos el recorrido por Estambul, ciudad de más o menos once millones de almas incluyendo el área metropolitana, en la calle İstiklâl que en un fin de semana recibe a millones, así como se escribe, de personas entre turistas extranjeros, nacionales y habitantes estambulíes.
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